Yo te he
querido como nunca.
Eras
azul como noche que acaba,
eras
la impenetrable caparazón del galápago
que
se oculta bajo la roca de la amorosa llegada de la luz.
Cuerpo
feliz que fluye entre mis manos,
rostro
amado donde contemplo el mundo,
donde
graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando
a la región donde nada se olvida.
Mirar
tu cuerpo sin más luz que la tuya,
que
esa cercana música que concierta a las aves,
a
las aguas, al bosque, a ese ligado latido
de
este mundo absoluto que siento ahora en los labios.
Dime
pronto el secreto de tu existencia;
quiero
saber por qué la piedra no es pluma,
ni
el corazón un árbol delicado.
Yo
no quiero leer en los libros una verdad que poco a poco sube como un agua,
renuncio
a ese espejo que dondequiera las montañas ofrecen,
pelada
roca donde se refleja mi frente
cruzada
por unos pájaros cuyo sentido ignoro.
Amando.
Se querían como la luna lúcida,
como
ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce
eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde
los peces rojos van y vienen sin música.
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